viernes, 8 de febrero de 2013

NICETO BLÁZQUEZ, O.P.


LA FILOSOFÍA DE S. AGUSTÍN


DÍA MUNDIAL DE LA FILOSOFÍA

 

1. Presentación

Aunque parezca sorprendente,  el año 2005 la Conferencia General de la UNESCO en su Resolución 33C/45 proclamó el Día Mundial de la Filosofía, para ser celebrado cada año en el tercer jueves del mes de noviembre. El objetivo de esta celebración es crear espacios libres y accesibles a la reflexión filosófica invitando a todos  los pueblos a compartir su herencia filosófica, a abrir sus mentes a nuevas ideas y crear un clima adecuado para un debate público reflexivo y civilizado entre los intelectuales con vistas a encontrar las soluciones más razonables y humanas a los grandes problemas que hemos de afrontar en el mundo moderno. Como decía la Directora General de la UNESCO, Irina Bokova en noviembre del 2011, “la práctica de la filosofía es una dinámica que beneficia a toda la sociedad. Ayuda a tender puentes entre los pueblos y las culturas y refuerza la exigencia de una educación de calidad para todos. Y añadía: “Movilicémonos para explotar este formidable potencial transformador que encierra la filosofía». El pensamiento de S. Agustín, por ejemplo, constituyó un hito histórico para la civilización occidental desde el siglo IV hasta nuestros días y por ello me ha parecido oportuno recordarlo como contribución a la celebración mencionada propuesta con gran acierto por la UNESCO. ¿Cómo afrontó S. Agustín intelectualmente los problemas de su vida personal y social aplicando la facultad humana de la razón? He respondido ampliamente a  esta cuestión con el libro titulado  Filosofía de S. Agustín, Madrid 2012. Por ello, ¿Cómo afrontó la forma intelectual en que S. Agustín afrontó los problemas de su vida personal y social aplicando la facultad humana de la razón?  En presente blog me limito a recordar algo de lo que en dicha obra dejé escrito al respecto.

         La filosofía, decía Cicerón (106-43) en el libro V de las cuestiones tusculanas, se ocupa de la virtud que hace felices a los hombres. Este fue el motivo principal que impulsó a los primeros filósofos a dedicarse a su estudio, lo cual les llevó a posponer todas las cosas humanas para consagrarse enteramente a buscar la mejor forma de vivir felices en medio de los grandes infortunios y dificultades de la vida. Según él, en este asunto tan importante se había cometido sistemáticamente un error grande detectado por la reflexión filosófica, consistente en haber condenado la naturaleza en lugar de condenar nuestros errores humanos. Y, a renglón seguido, el ilustre político y humanista romano escribió a favor de la filosofía como la mejor terapia contra los errores y vicios humanos que degradan nuestra dignidad, palabras como estas: “Pero contra esta culpa y contra los demás vicios y pecados nuestros hemos de buscar en la filosofía segura curación. Y habiéndonos llevado al seno de la filosofía desde los primeros años de nuestra juventud nuestra voluntad y afición, a ese mismo puerto de donde yo antes había salido, me refugio ahora, aquejado por esta grave tempestad. ¡Oh filosofía, señora de la vida! ¡Oh filosofía, indagadora de la virtud y ahuyentadora de los vicios! ¿Qué hubiéramos podido conseguir sin ti nosotros y aún el género humano?”. Seguidamente hace un elogio de la filosofía como si esta hubiera sido el motor del progreso humano y social en la antigüedad. Según Cicerón, la filosofía nos trajo la serenidad de la vida y desterró los terrores de la muerte. Pero se lamenta de que, a pesar de todo, “mucho les falta a los hombres para reconocer todos los servicios que deben a la filosofía, la cual, despreciada por los más, es vituperada por otros muchos” desconociendo que “fueron filósofos los que por primera vez civilizaron la vida humana”.

         En mi obra El uso de la razón (Madrid 2008) hablé de los avatares de la filosofía hasta nuestros días en que los auténticos filósofos no gozan prácticamente del reconocimiento social que merecen y el mero hecho de reflexionar sobre los grandes problemas de la vida es visto como una actividad improductiva y molesta. Pero cada ser humano es un problema vital y la vida en sociedad resulta más problemática aún cuando los genuinos filósofos son desplazados de la palestra pública por los ideólogos de turno al servicio de los regímenes políticos y de las instituciones financieras. A pesar de esta dificultad, con pocos minutos de reflexión y dos dedos de frente pronto nos damos cuenta de que tal situación es inadmisible y que la reflexión filosófica es connatural a la vida humana en la búsqueda azarosa de respuestas a los grandes problemas de la vida personal y social. Por ello me parece muy acertada la decisión de la UNESCO al declarar el Día Mundial de la Filosofía. Es verdad que tal decisión apenas ha tenido eco en los medios de comunicación y en las instituciones universitarias, pero es una llamada de atención importante para que no nos olvidemos de usar la razón más y mejor que los ideólogos, los cuales usan y abusan despóticamente de las ideas al servicio de intereses ajenos a las grandes verdades sobre el sentido de la vida. En este contexto el pensamiento agustiniano reviste un interés particular por su carácter sincero y testimonial. Por ello me ha parecido oportuno divulgarlo como una forma de contribuir al deseo de la UNESCO de honrar a quienes dedican lo mejor de su tiempo a la reflexión filosófica buscando respuestas a los problemas perennes de la existencia humana.

         La presente obra Filosofía de S. Agustín, publicada por la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC)  es una síntesis de textos producidos originalmente para conferencias y artículos monográficos publicados a lo largo de varias décadas. Son fruto de la investigación directa sobre las fuentes y que es presentado aquí de una manera breve, sistemática y asequible teniendo en cuenta que no se puede forzar el rigor lógico allí donde el pensamiento brota casi espontáneamente de la vida personal de S. Agustín y sus circunstancias socio-ambientales. De hecho, los elementos filosóficos en los escritos de S. Agustín se encuentran en la mayoría de los casos mezclados con planteamientos bíblicos y teológicos ajenos a la filosofía propiamente dicha. Por otra parte, la reflexión filosófica del Hiponense brota de su vida personal como el agua de la fuente. Es un caso en el que la comprensión de las ideas requiere el conocimiento previo de la persona que reflexiona. Sus ideas y su vida forman un todo íntimamente trabado. Casi siempre los planteamientos filosóficos son reflejo de sus problemas personales en los que los hombres de todos los tiempos pueden verse fácilmente reflejados. De ahí el interés que suscita siempre la lectura de los escritos agustinianos. Este hecho justifica el orden de las cuestiones tomando como punto de partida la descripción sumaria de la vida y personalidad del propio S. Agustín.

         En la obra hay un ritmo ascendente hasta el capítulo tercero, en el que Dios se revela en lo más íntimo del alma agustiniana. Desde esta experiencia básica de encuentro con Dios vemos después cómo el Hiponense valora la filosofía griega y romana y plantea algunos problemas fundamentales sobre el hombre, el ser y la vida humana tanto en su versión masculina como femenina. El lector es puesto en contacto directo con los textos básicos agustinianos referentes a las cuestiones tratadas, traducidos todos ellos al español. En la presentación del trabajo he optado por un estilo intermedio entre la investigación pura y el mero ensayo aprovechando las ventajas de ambos métodos expositivos. Al final he destacado algunas cuestiones de gran actualidad, intuidas por el Hiponense en el contexto de la reflexión filosófica aplicada a la ética, la bioética y a la justicia social.

2. Reflexiones sobre el pensamiento filosófico de S. Agustín

S. Agustín fue un converso de la filosofía y hay en sus escritos elementos filosóficos suficientes para construir un sistema filosófico con características muy peculiares. La idea nuclear en torno a la cual el Hiponense organiza racionalmente sus convicciones gira en torno a cuestiones relacionadas con Dios y el alma humana. Este fue el punto de partida de sus especulaciones filosóficas y el de referencia mental para jerarquizar sus grandes convicciones. El objeto principal del filosofar agustiniano es la verdad-sabiduría, cuya plenitud se encuentra en Cristo como La imagen del Dios viviente, del que el hombre es simplemente imagen. Ahí radica toda la grandeza y dignidad de los seres humanos. El método agustiniano es eminentemente interiorista e introspectivo. El  hombre por dentro constituye la materia primordial de sus investigaciones. Este interiorismo agustiniano implica, además, la afirmación radical de la vida como el soporte existencial de la posibilidad metafísica de una certeza radical abierta a la trascendencia. Este método choca actualmente con los métodos científicos más avanzados, tanto en las investigaciones antropológicas como cosmológicas. Pero aplicado con prudencia y realismo sigue siendo una estrategia cognoscitiva válida en el contexto de la reflexión filosófica.

     A la preocupación sobre Dios y el alma se añade en S. Agustín la idea de creación. Nos hallamos ante una metafísica creacionista que desborda por completo a la filosofía griega y a su concepción cíclica de la naturaleza. De ahí que no disimulara su simpatía por el neo­platonismo con las cautelas impuestas por el sentido común y la visión cristiana de la vida. Pero no fue un platónico sin más. Lo fue sólo en la me­dida en que se sirvió del esquema mental neoplatónico, que le pareció pe­dagógicamente útil por su apertura a la transcendencia. El mensaje filosófico agustiniano final es fundamentalmente bíblico. Nos hallamos ante una filosofía teológico-bíblica envuelta en un esquema mental neoplatónico. La metafísica de la filosofía agustiniana es la reli­gión y la esencia de toda religión es Cristo. S. Agustín puso a pleno rendimiento su capacidad reflexiva desde su encuen­tro personal con Dios. Su filosofar se apoya en su experien­cia interior con Dios y no en una experiencia tecnológica en relación inmediata con el mundo material al estilo moderno. De ahí su carácter, mezcla de ingenuidad y de genialidad al tratar algunas cuestiones.

    El rigor ético al tratar de los principios que han de servir de referencia suprema en el comportamiento humano queda compensado por su realismo práctico y com­prensión de las debilidades humanas. También queda compensada la idea inicial de la mujer. Sus vacilacio­nes iniciales sobre la naturaleza ontológica de la mujer respecto del hombre fueron adquiriendo madurez y equilibrio en su pensamiento gracias en buena parte a su convivencia personal con la madre de su hijo y el influjo positivo recibido de su propia madre. Con la primera descubrió la diferencia entre el amor sexual crudo y el amor personal y responsable. Con la segunda aprendió a remontarse a la trascendencia de Dios superando las penas y trabajos de este efímero mundo terrenal. No tiene reparos en confesar su igno­rancia sobre cuestiones concretas importantes. Por ejemplo, cuando estudia la naturaleza del alma humana. Esta evolución de su pensamiento sobre la naturaleza de la mujer y la confesión sincera de sus dudas sobre la naturaleza del alma humana constituyen un ejemplo de honestidad intelectual digno de admiración. La filosofía debe ser considerada como un elemento fundamental para hacer al hombre más humano y a la sociedad más justa. Desde esta perspectiva el pensamiento de S. Agustín arroja un balance global muy posi­tivo, especialmente por la trayectoria personal que le llevó, primero al encuentro con esa forma de saber superior, que es la filosofía abierta a la transcendencia, y los valores que no se consumen con el tiempo. Lo mismo que los filósofos griegos, S. Agustín consideró la reflexión filosófica esencial para el logro de la felicidad humana, pero añadió como ingrediente indispensable la búsqueda y encuentro personal con Dios tal cual se ha revelado en la persona de Cristo. Esta convicción no fue el término de una investigación científica al estilo moderno o de un razonamiento filosófico al estilo griego sino una opción vital ante la fuente de todo ser y toda vida. Otros aspectos de la filosofía agustiniana que cabe destacar, algunos de palpitante actualidad, son los siguientes.

     En primer lugar, la honestidad intelectual en la búsqueda dolorosa pero esperanzada de la verdad que da sentido a la vida más allá del tiempo y del espacio.  En esa búsqueda de la verdad los errores y equivocaciones son también fuente de sabiduría cuando los reconocemos y tratamos de corregir. El intelectual honesto está siempre abierto a la verdad, venga de donde venga, convirtiendo los errores propios en fuente de experiencia personal. Llama igualmente la atención su actitud responsable y amorosa con la madre de su hijo y el esmero desplegado en la educación del mismo. Todo hace pensar que ella fue una gran mujer de la que S. Agustín conservó siempre un recuerdo amoroso y agradecido. Cabe pensar que el clasismo social de la época fue un factor decisivo para que aquella “pareja de hecho” no terminara en matrimonio normal. Le asaltaron las dudas pero jamás cayó en la insensatez del escepticismo total. Tenía una conciencia tan viva de la existencia personal que dudar de ella le resultaba psicológicamente imposible. En consecuencia, entendió que había que buscarle el sentido con el arma de la inteligencia sin desfallecer en el intento. ¡Y vive Dios que lo consiguió!

         En este empeño por encontrar el sentido último de la vida llama mucho la atención la genialidad de S. Agustín, el cual, careciendo de los conocimientos científicos de los que disponemos actualmente sobre la biología humana, intuyó y afirmó categóricamente el carácter humano del embrión desde el momento matemático de la fecundación del óvulo femenino por el espermatozoide masculino. En el campo de la bioética esta intuición genial es respaldada cada vez con más solidez por la ciencia moderna. Siempre en este campo de los derechos humanos fundamentales S. Agustín arroja mucha luz también sobre la pena de muerte como castigo legal. Estudié a fondo este problema en sus escritos y llegué a la conclusión de que tal castigo contra los delincuentes no cabía ni en la cabeza ni en el corazón de S. Agustín. Por otra parte, el desarrollo de su teoría de las razones seminales resulta muy sugerente para los científicos modernos de la evolución siendo muy útil tenerla en cuenta para no caer en el reduccionismo científico ni en la ingenuidad teológica.

         Otro aspecto importante a destacar en la filosofía de S. Agustín es el siguiente. En su producción literaria cabe distinguir una fase netamente filosófica y otra teológica. Pero sería un error hacer coincidir su filosofía con la fase filosófica y su teología con la teológica. Hay que afirmar que sus escritos filosóficos representan el documento primario y fundamental de su filosofía la cual no sufrió un cambio radical cuando los intereses fundamentales del Hiponense empezaron a ser prioritaria y decisivamente teológicos y no filosóficos. En los últimos libros de las Confesiones, por ejemplo, subyace un eco lejano del platonismo y del maniqueísmo al confundir la memoria sensitiva con la intelectiva, o cuando afirma la preexistencia de las ideas en la memoria, cuya apología resulta también chocante para nuestra mentalidad moderna. Y más aún cuando expone sus escrúpulos personales sobre el disfrute del placer natural que brindan los sentidos y la propia inteligencia con el temor de sobrepasar los límites estrictos del principio de necesidad. Leyendo esos libros de las Confesiones se tiene la impresión de que todo disfrute de placer sensible es una tentación que hemos de vencer para no desviarnos de la felicidad que sólo puede hallarse en Dios. En estos desahogos místicos, en efecto, no han desaparecido totalmente los impactos recibidos del platonismo y de las doctrinas maniqueas antes de su conversión y encuentro personal con Dios. Este lastre neoplatónico y maniqueo no desaparece del todo en la reflexión filosófica agustiniana a pesar de su ruptura incondicional con el maniqueísmo de los años jóvenes y la refundición de la infraestructura mental neoplatónica posterior con las enseñanzas teológicas de la revelación cristiana.

         Por último resulta grato destacar también el valor humano y testimonial de Las Confesiones como alabanza al Dios cristiano del amor y de la misericordia, que está por encima de nuestras miserias humanas. Igualmente resulta edificante el libro de las Retractaciones como afirmación de la grandeza humana que significa el hecho de reconocer y asumir la responsabilidad de los propios errores intelectuales eventualmente cometidos. Gran cosa es aprender de los propios errores pero lo es más todavía reconocerlos públicamente por propia iniciativa e intentar subsanarlos en la medida de lo posible. Llama también mucho la atención la reflexión teológica que hace S. Agustín en La ciudad de Dios. Nos hallamos, sin duda, ante un tratado magistral de teología de la historia, escrito desde el contexto social, político y religioso en el que le tocó vivir al autor. No siempre escribimos sobre aquello que deseamos sino que las circunstancias personales y sociales nos obligan a escribir sobre temas y problemas que nunca habíamos imaginado antes. Pues bien, casi todos los escritos de S. Agustín posteriores a su conversión al cristianismo fueron motivados por circunstancias sociales y religiosas ajenas a sus proyectos e intereses personales más preferidos. Y una reflexión final. Personalmente comprendo que S. Agustín se explayara ampliamente hablando de las cualidades de su madre. ¿Por qué no se explayó igualmente hablando de las cualidades de su “mujer” y madre de su hijo Adeodato? Éste murió muy pronto y aquella desapareció para siempre de su entorno sin que nos dijera siquiera cómo se llamaba. ¿Fue acaso este silencio la respuesta a un deseo expreso de ella?  De haber sobrevivido el superdotado hijo Adeodato a su padre y la querida e innominada joven a su gran amante, ¿qué nos habrían dicho ambos del famoso Aurelio Agustín convertido al cristianismo y elevado sorpresivamente a la dignidad de Obispo de Hipona? Por último, recomiendo la lectura de la biografía de S. Agustín escrita por su amigo y admirador Posidio para conocer mejor los rasgos más sobresalientes de la personalidad humana del Hiponense.

 
3. CRONOLOGIA AGUSTINIANA
AÑO
352-353.  Constancio, último superviviente de los hijos de Constantino, reconquista Italia y la Galia a Magencio.
354. Nacimiento de Agustín en Tagaste, el 13 de noviembre.  
360-361. Juliano el Apóstata se proclama emperador en París.

  361.   Agustín en la escuela de Tagaste.

  363.   Muerte de Juliano en Mesopotamia a manos de los persas.

  364.   Valentiniano rechaza una nueva invasión germana en la Galia.  Cisma rogatista.

  365.   Procopio usurpa el poder y guerra contra los godos.

  365-36. Agustín cursa los estudios secundarios de gramática en la   escuela de Madaura.

  369-370. Año de ociosidad en Tagaste por dificultades económicas para continuar los estudios en Madaura.

 370.   En el otoño marcha a Cartago para realizar estudios superiores con una beca de Romaniano.

 371.    Se enamora de una joven.

 372.  Nacimiento de su hijo Adeodato y muerte de su padre Pa­tricio.

 372-373.   Lectura del «Hortensius» y adhesión al maniqueísmo.  

 373-374. Vuelve a Tagaste como profesor.

 374-383. Profesorado en Cartago, donde abre una escuela de re­tórica.

 379-382. Teodosio entra en la escena política con Graciano.

383.  Encuentro con Fausto el maniqueo y desilusión por el ma­niqueísmo.

383-384. La revuelta de Máximo y la carestía en Roma. Agustín se establece en Roma como profesor de elocuencia.

384.      En otoño es enviado como profesor de retórica a Milán por el alcalde de Roma, Símaco.

385.  Nombrado orador oficial, pronuncia el panegírico ante el emperador Valentiniano II y el de Bautón. Luchas personales internas, y llegada de su madre Mónica a Milán.

386.       Encuentro con la filosofía neoplatónica en el mes de ju­nio. En el mes de julio conoció y leyó las cartas de S. Pa­blo. Agosto: escena del jardín y conversión al cristianismo. Septiembre: vacaciones anticipadas y retiro en la finca de Verecundo, en Casiciaco, cerca de Milán, con su madre, su hijo y algunos amigos. Otoño: Renuncia oficial a la cá­tedra.

387.     Regreso a Milán hacia el 10 de marzo para prepararse al bautismo, que recibe de S. Ambrosio la noche pascual del 24-25 de abril junto con su hijo Adeodato y Alipio. Aban­dona definitivamente Milán. Muerte de su madre en Ostia Tiberina. Se demora un año en Roma.

388.       Parte para África. Se detiene algún tiempo en Cartago y llega a Tagaste, donde funda un diversorium en su pro­pia casa.

389.     Muerte de su hijo Adeodato y de Nebridio. 

391.    Febrero 24: Edicto general contra el paganismo (Cod. Theod. XVI, 10,10). Primavera: Vuelta a Hipona para fun­dar un monasterio y ordenación sacerdotal. Vida monásti­ca en Tagaste.

392.  Muere Valentiniano II al que sucede Eugenio. Polémica con Fortunato en las termas de Sosio, en Hipona, el 28 de agosto.

393.     Celebración del Sínodo de Hipona. Agustín actúa como orador del mismo con una exposición sobre la fe y el credo.

394.      Concilio donatista de Bagai. En junio, primer Concilio de Cartago.

395.     Muerte de Teodosio, al que suceden Arcadio y Honorio. Agustín es designado para suceder al obispo Valeria

396.     Agustín es consagrado obispo auxiliar de Valerio por el primado de Numidia,  Megalio. Asiste al Sínodo de Cartago de este año. Muere el obispo Valerio y le sucede como titular de la diócesis de Hipona.

395-398.  La revuelta gildoniana.  En junio y agosto del 397, los Con­cilios segundo y tercero de Cartago.

398.      Derrota del conde Gildón y ejecución de Optato, obispo donatista de Tamugades.

399.      Entrevista con Crispín, obispo donatista de Calama. Emi­sarios imperiales ordenan el cierre de los templos paga­nos de África. El 27 de abril, cuarto Concilio de Cartago.

401.       Elección del Papa Inocencio I. En junio el quinto Concilio de Cartago y en septiembre el sexto. Crispín, obispo do­natista de Calama, es acusado de haber sido el responsable principal del ataque contra Posidio. Los visigodos amena­zan invadir Italia. Estilicón contiene el avance. El empe­rador Honorio se refugia en Rávena, que se convierte en la capital del Imperio de Occidente. El conflicto con los donatistas se agrava progresivamente.

402.     Muerte del prefecto Símaco y viaje de Agustín a Milevi para asistir al séptimo Concilio.

403.      Los donatistas hieren gravemente al obispo católico de Bagai. En agosto el octavo Concilio de Cartago.

404.      El obispo agredido de Bagai marcha a Rávena a pedir pro­tección imperial contra los donatistas. Noveno Concilio de Cartago, en junio.

405.      Edicto de unidad (12 de febrero) contra los donatistas (Cod. Theod. XVI, 5,8).           El 23 de agosto décimo concilio de Cartago.

406.     La Galia es invadida por los vándalos.

407.     Constantino III usurpa el poder. Undécimo Concilio en Tu­bursico.

408.     Teodosio II emperador en Oriente. En junio el duodécimo Concilio       cartaginés. En agosto, derrota de Estilicón. Re­vuelta de Calama con motivo de una procesión pagana. En octubre Alarico penetra en Italia. Decimotercer Concilio de Cartago. 

409.   Asedio de Roma por Alarico. Los donatistas gozan de la tolerancia.       Decimocuarto Concilio de Cartago y vuelta de Macrobio, obispo  donatista, a Hipona.

410.   En junio decimoquinto Concilio de Cartago, y el 18 de agos­to       saqueo de   Roma por las huestes de Alarico, rey de los godos.   Prófugos romanos se refugian en África. Pelagio huye de Roma   y pasa por Hipona.

411.  El 18 de mayo llega a Cartago la comisión donatista para celebrar la borrascosa Collatio entre católicos y donatis­tas, que tuvo lugar el    8 de junio en las termas de Gargilio. Comienza la polémica anti-  pelagiana.

412.  Edicto contra los donatistas el 30 de enero.

413. Revuelta de Heracliano. El 13 de noviembre Marcelino muere  ejecutado.

414. Paulo Orosio, sacerdote español, llega a Hipona para con­sultar a Agustín, que le comisiona para ir a Palestina el 415 con motivo de la cuestión pelagiana.

417.   Elección del Papa Zósimo y carta a los obispos africanos.

418. Agustín en el decimosexto Concilio de Cartago y muerte del Papa         Zósimo. El 29 de diciembre es elegido su suce­sor,  Bonifacio.

419.    Agustín en el decimoséptimo Concilio de Cartago, en el que se      discute la cuestión del sacerdote Apiario.

420.   Gaudencio de Tamugades amenaza con quemarse vivo jun­to con sus   fieles y pegar fuego a la basílica con ocasión de la llegada del emisario imperial Dulcidio.

421.     Investigación sobre los maniqueos en Cartago y decimocta­vo  Concilio cartaginés.

422.     Muerte del Papa Bonifacio y elección del Papa Celestino.

423.     La cuestión de Antonio de Fusala.

425.     Valentiniano III, emperador de Occidente. El escándalo de Hipona.

426.     Agustín designa a Heraclio para sucederle en la sede de Hipona.

427.     Revuelta de Bonifacio.

428.     Conferencia con el obispo arriano Maximino.

429.     Los vándalos, a las órdenes de Genserico, pasan de España  África e invaden la Numidia.

430.     La Numidia es saqueada por los vándalos. El 28 de agosto, muerte de Agustín durante el asedio de Hipona. Sus restos   mortales son depositados en la basílica de la Paz.

504.     Los restos mortales de Agustín son trasladados a Calgliari en Cerdeña.

722.     Luitprando hace trasladar los restos mortales a Pavía, a la basílica  de S. Pedro in Ciel d'Oro.

1832.   Los restos mortales de S. Agustín son sacados de la basílica y trasladados a la catedral de Pavía.

1900.   Los restos mortales de S. Agustín son devueltos a la basí­lica de S. Pedro in Ciel d'Oro, donde reposan actual­mente.